En ocasiones, cuando existen situaciones que nos preocupan, puede que empleemos mucho tiempo en pensar para intentar resolver las cosas, dándole vueltas y más vueltas a lo que nos pasa por la cabeza. Y, la mayoría de las veces, lo que ocurre es que estos pensamientos se adueñan de nosotros y nos hace sufrir, sobre todo cuando esta cadena de pensamientos está basada en algún tipo de idea o de lógica equivocada.
Uno de los autoengaños que el ser humano es capaz de crear y también uno de los más dolorosos es el hecho de creer que pensando mucho es posible asegurarse el control de cualquier situación que nos inquieta. Y, curiosamente, cuanto más pensamos para no sufrir, más nos hace sufrir nuestro pensamiento; y cuando sentimos este dolor, más pensamos, sintiéndonos confundidos y desconcertados. En ocasiones una persona se afana en intentar encontrar respuestas certeras y tranquilizadoras a dilemas que no pueden resolverse pensando. En este caso, por mucho que piense, estará buscando las respuestas en el lugar equivocado.
Un ejemplo de cómo podemos amargarnos la vida a través de nuestros pensamientos, es aquella madre que discutía con su hijo cuando le pedía que colaborara en casa; si él no lo hacía, ella se imaginaba que de mayor sería probablemente un fracasado, un vago, etc. Todos estos pensamientos la hacían sufrir, y ella se esforzaba en no pensar en esas cosas tan terribles, pero entonces caía en la paradoja que describe el filósofo griego Epícteto: “Pensar en no pensar es pensar demasiado.”
Dejar de cavilar sin fin requiere la capacidad de darse cuenta de cuándo hay que poner fin al pensamiento para pasar a la acción. Cuando una persona está pensando demasiado y esto le hace sufrir es conveniente que establezca un plan de acción y que empiece a realizar los primeros movimientos que, poco a poco, le ayuden a lograr aquello que busca, teniendo siempre presente que:
Nadie es perfecto: la perfección no existe. Hacer algo incluso sabiendo que igual no nos irá bien del todo puede ser mucho mejor que quedarse en casa pensando.
No es malo confían más en nuestra intuición: hay estudios que demuestran que tomamos decisiones correctas en 3 segundos, sin embargo fallamos mucho más cuando nos damos un tiempo para razonar.
La metàfora del autobús:
Esta metáfora nos puede ayudar a entender de qué forma nuestros pensamientos negativos pueden llegar a inundarlo todo y a dificultar la consecución de nuestros objetivos y metas, e incluso hacer que nos detengamos.
“Imagínate que eres el conductor de un autobús con muchos pasajeros. Los pasajeros son pensamientos, sentimientos, recuerdos y todas esas cosas que uno tiene en su vida. Es un autobús con una única puerta de entrada, y sólo de entrada. Algunos de los pasajeros son muy desagradables y con una apariencia peligrosa.
Mientras conduces el autobús, algunos pasajeros comienzan a amenazarte diciéndote lo que tienes que hacer, dónde tienes que ir, ahora gira a la derecha, ahora vete más rápido, etc., incluso te insultan y desaniman:” eres un mal conductor, un fracasado, nadie te quiere…” Tú te sientes muy mal y haces casi todo lo que te piden para que se callen, se vayan al fondo del autobús durante un rato y así te dejen conducir tranquilo.
Pero algunos días te cansas de sus amenazas, y quieres echarlos del autobús, pero no puedes y discutes y te enfrentas con ellos. Sin darte cuenta, la primera cosa que has hecho es parar, has dejado de conducir y ahora no estás yendo a ninguna parte. Y además los pasajeros son muy fuertes, resisten y no puedes bajarlos del autobús. Así que, resignado, vuelves a tu asiento y conduces por donde ellos mandan para aplacarlos.
De esta forma, para que no te molesten y no sentirte mal empiezas a hacer todo lo que te dicen y a dirigir el autobús por dónde te dicen para no tener que discutir con ellos ni verlos. Haces lo que te ordenan y cada vez lo haces antes, pensando que así que los sacarás de tu vida. Muy pronto, casi sin darte cuenta, ellos ni siquiera tendrán que decirte “gire a la izquierda”, sino que girarás a la izquierda para evitar que los pasajeros se echen sobre ti y te amenacen.
Así, al poco tiempo, empezarás a justificar tus decisiones de modo que casi crees que ellos no están ya en el autobús y convenciéndote de que estás llevando el autobús por la única dirección posible. El poder de estos pasajeros se basa en amenazas del tipo “si no haces lo que te decimos, apareceremos y haremos que nos mires, y te sentirás mal”. Pero eso es todo lo que pueden hacer. Es verdad que, cuando aparecen estos pasajeros, pensamientos y sentimientos muy negativos, parece que pueden hacer mucho daño, y por eso aceptas el trato y haces lo que te dicen para que te dejen tranquilo y se vayan al final del autobús donde no les puedas ver.
Pero, ¿qué ocurre entonces? ¡Pues que intentando mantener el control de los pasajeros, en realidad has perdido la dirección del autobús! Ellos no giran el volante, ni manejan el acelerador ni el freno, ni deciden dónde parar. El conductor eres tú. “(Que no decidan tus pasajeros por ti)