Decía Albert Ellis que los seres humano tenemos una tendencia biológica innata a crearnos nuestra propia perturbación. ¿Cómo? Pues haciendo de un deseo una necesidad.
Vereis, a lo largo de nuestra vida seguro que han habido muchos momentos en que no nos ha resultado difícil distinguir claramente entre lo que es meramente un deseo de lo que es una necesidad, dándole a cada término su significado real y verdadero; esto es, un deseo como algo que me gustaría ver cumplido y una necesidad como algo sin lo cual realmente NO puedo vivir. Pero en otras circunstancias seguro que no ha sido así...
Ocurre que cuando anhelamos algo porque pensamos que es bueno o muy bueno para nosotros, lo deseamos tanto, tanto, que lo convertimos por arte de magia en una necesidad y entonces nos decimos: "como lo deseo tanto, tanto, lo debo de tener, tengo que conseguirlo...". Por ejemplo, como lo que más deseo en este mundo és aprobar el examen de MIR (médico interno residente) ¡lo tengo que conseguir, necesito aprobarlo como sea!
Y de la misma manera, sucede cuando no deseamos algo que consideramos malo o muy malo para nosotros: deseamos tanto que no ocurra que transformamos ràpidamente este deseo en una obligación.
Está muy bien tener deseos, todo lo que anhelamos es legítimo. El problema surge cuando convertimos estos deseos en falsas necesidades, porque éstas, tanto si las conseguimos como si no, nos producen ansiedad, rabia, depresión, insatisfacción e infelicidad.
Así que ¡mantengamos a raya los deseos! Y pensemos que si no se cumplen no se acaba el mundo, ¡no los necesitamos para ser felices!