Las personas, con mucha frecuencia, convertimos mágicamente nuestros deseos en falsas necesidades y cuando lo hacemos, la mayor parte de las veces no somos conscientes. ¡Con qué facilidad tendemos a transformar una preferencia en una exigencia! Y así, sin darnos cuenta, nos cargamos de "necesidades absolutas" que llenan nuestro pensamiento de reglas rígidas, dogmas acerca de cómo debo ser yo, cómo deben ser los demás y cómo deben ser las cosas.
¿Cuál era la exigencia que María hacía a su madre y hermanas, cuál era su demanda? Analizando conjuntamente su diálogo interno y lo que ella estaba pensando por sentirse tan rabiosa, llegó a la conclusión de que lo que ella les estaba exigiendo es que "debian de, tenian que comportarse como ella quería, bien y de manera justa ; y que si no era así, su madre y sus hermanas no merecían su aprobación, convirtiéndose la situación en muy insoportable".
Al principio, María no era consciente de esta exigencia que estaba realizando: "bueno, no creo que les exija nada, sencillamente es lo que esperas recibir de la familia, lo normal es que me traten bien, ¿no? Siempre hacen lo mismo, una y otra vez, está claro que no les importo nada..." Durante la terapia, María fue comprendiendo que lo que ella pensaba no se ajustaba a la realidad, pues la conducta de su familia no había sido tan, tan horrorosa y que nadie es perfecto; tampoco suponía el fin del mundo y que la podía soportar. No le gustó, hubiera preferido que se comportaran de otra manera, pero que podía tolerarlo, lo podía aguantar. A fuerza de trabajar y practicar este cambio de pensamiento, María fue sintiéndose mejor y la rabia fue , poco a poco, bajando de intensidad.
Y es que los pensamientos exigentes no son nada flexibles, todo lo contrario. Y lo que es peor, conduce a que lleguemos a conclusiones poco realistas, ilógicas i nada prácticas.
"Hace muchos años, germinaron las semillas de un roble y un junco junto a la misma orilla del río.
Compartían las delicias de la primavera y la rudeza del invierno, pero nunca estaban de acuerdo. Un día, el roble le dijo al junco:
- Realmente eres digno de compasión. El menor soplo de aire te tumba. Mis poderosas raíces son el mejor antídoto contra el viento. ¡ Sabes que tengo razón!
- Tal vez – dijo el junco – tengo un aspecto débil y comprendo tu preocupación. Pero no te fíes… ¡La flexibilidad es mi gran fuerza, pues aunque me doblo, nunca me rompo!
Tras una larga discusión, comenzó a soplar un viento terriblemente fuerte. El junco bailó al son del vendaval, flexible ante sus peticiones.
El roble, rígido y estricto, permaneció inmóvil ante aquella furia. A la mañana siguiente el junco se alzó sacudido y conmocionado pero vivo, sólo para descubrir a su lado un gran agujero, justo donde el robe aposentaba sus raíces".
Fábula "El roble y el junco" (Jean De La Fontaine)
(Imagen sacada de 1wallpaper.net)